jueves, 30 de junio de 2011

Bajo la luna.

Y allí, bajo aquella brillante luna de destellos plateados, él pudo observar su cuerpo. La delicadeza de aquellas curvas. La suavidad de aquella piel. Una piel casi tan pálida como la luna que juntos observaban. Una piel surcada de pequeños lunares estratégicamente colocados para incitar el deseo.
Y, mientras ella observaba su reacción con cierto temor en la mirada y esperando una respuesta, él se imaginó acariciando aquella delicada piel. Imaginando cómo se erizaba con cada caricia, con cada beso.
Y solo entonces supo que no quería nada más. Que no necesitaba nada más. Que no la dejaría marchar.