Tres días hace que las vi en
la calle y su imagen todavía perdura en mi memoria. Con ropajes vulgares y casi
inexistentes en un intento desesperado por ser sensuales y provocativas. La
imagen de aquellas mujeres se me quedó grabada en la mente. Trataban de captar
clientes a la desesperada: se acercaban a los hombres y les susurraban
provocaciones al oído mientras los manoseaban ligeramente. Me quedé
observándolas durante largos minutos. Algunas veces se gritaban entre ellas;
otras, subían a una pensión cercana con desconocidos que pagaban por un rato de
desahogo; algunas de ellas filtraban en un intento no muy fino con el fin de
conseguir clientes.
Las había de todo tipo:
desde mulatas con curvas y acento dulzón, hasta esqueletos andantes en los que
la droga había hecho mella; pasando por rusas, moldavas o ucranianas.
El mundo dándoles la espalda
y allí estaban ellas, exhibiéndose como carne, humillándose y hundiendo su
dignidad en un pozo profundo y oscuro. Vendiéndose como reinas de la noche y
sintiéndose solas cada hora de su existencia.
Me senté en un portal de la
calle de enfrente y analicé las sensaciones que me producía el verlas allí. Descubrí que mi primera reacción fue de
repudio. Me producía impacto ver a aquellas mujeres allí de pie insinuándose a
cualquiera que pasase, y aquello despertaba en mi el rechazo ante aquella
escena tan grotesca. Observé que era la primera reacción que tenían la mayoría
de las demás personas que transitaban la calle; que todas miraban a esos seres tan
por encima del hombro como lo estaba haciendo yo. Y fue entonces cuando las
preguntas comenzaron a surcar mi mente: ¿Por qué nos creíamos el resto de la
gente con derecho a juzgarlas?¿Por qué esa sensación de ser mejores que
ellas?¿Quién sabía de las historias de cada una de ellas como para mirarlas y
tratarlas de ese modo?
Seguí fijándome más y me
percaté de que detrás de la mirada provocadora de cada una de aquellas hadas corrompidas
existía un fantasma oscuro. Sus ojos mostraban una tristeza que yo nunca había
visto y, en aquel momento, mi rechazo antes proferido hacia ellas, se volvió
contra toda aquella gente que, como yo, las había prejuzgado y las miraban con
desdén. Se me llenó el cuerpo de una tristeza profunda y la compasión afloró
dentro de mí. Quería acercarme y hablar con cada una de aquellas mujeres y
saber de sus vidas, conocer las circunstancias que las habían llevado a su
situación. La ternura se despertó en mí y, con ella, la rabia. Poco a poco la
rabia comenzó a ahogarme. Me preguntaba por qué una sociedad como era la
occidental, que hinchaba el pecho y presumía de ser progresista y de haber
evolucionado, seguía teniendo a la mujer subestimada en tantas ocasiones, como
era aquella que estaba presenciando.
Furiosa, me levanté del portal
en el que me había sentado y me alejé con la cabeza dándome vueltas, no podía
seguir quieta mirando hacia allí fingiendo indiferencia. ¿Cómo era posible que la
gente que pasaba por delante suya las mirara de ese modo a ellas y no a los
hombres que acudían a su compra? Los transeúntes las miraban con malos ojos,
como si de ellas dependiese el estar en aquel lugar, como si hubiesen tenido
elección en su vida para ejercer o no esa profesión que muchos afirmaban que
era la más antigua del mundo, excusa barata para girar la cabeza y mirar hacia
otro lado. Además, ¿qué iban a hacer ellas ante una sociedad que, claramente se
veía reflejado en la calle, les daba la espalda?
Estando en este punto de mis
cavilaciones, me hice la siguiente pregunta: ¿a quién podía interesarle pagar
una noche de sexo decadente y cariño fingido? Volví al lugar para fijarme ahora
en la clase de hombres que frecuentaban aquella esquina. Hombres desagradables
a los que veías pavonearse delante de ellas con aire de suficiencia, aire que
conseguían al sentirse más machos por poder demostrar su virilidad comprando
por unas horas a alguna de esas muchachas a las que doblaban en edad y que
fingían aplomo sintiendo en realidad un mar de angustia y soledad. Esos hombres
parecían reforzar así su poderío. ¿Era este un reflejo de lo que la sociedad ha
sido y es desde hace años? ¿La necesidad de tener a un sexo sometido al otro
para que el segundo se reafirme en su inventada superioridad física e
intelectual?. Por supuesto que sí. Estaba claro que ya no era como tiempo
atrás, que no era tan radical, que el machismo había ido reduciéndose poco a
poco a lo largo de la historia gracias a la lucha constante de mujeres
valientes que habían de destacar en sus sociedades sexistas. Sin embargo,
mirando aquella esquina descubrí que aun había que seguir luchando, todavía quedaba
un largo camino hasta erradicarlo por completo, pues aun hoy en día se podían
apreciar resquicios de este. Resquicios como el que yo había estado observando
toda la tarde. Dejes en lugares recónditos. Dejes en esquinas que había que
lograr eliminar.